top of page

¿Quo vadis?

El mundo contemporáneo está viviendo cambios esenciales que impiden conocer con suma certeza sus repercusiones. La primera incertidumbre la genera el hecho que ya no es suficiente concentrarse en un solo actor para desentrañarlos, cuando tal vez, una década atrás todas las miradas estaban puestas en Estados Unidos. A ello se suman los cambios, que no son sólo en la dinámica del sistema mundial de poder, sino que involucran al interior de cada Estado o región (como la Unión Europea).

Todos estos cambios se producen en medio de dos “revoluciones” radicales para la socialización humana: la revolución de las comunicaciones y la revolución del poder. La primera, abarca la totalidad del sistema de relacionamiento humano, ya que influye en su lenguaje (punto clave de todo proceso de socialización), dándole voz a cada individuo más allá de los grandes conglomerados de comunicación. La segunda, analizada con cierta agudeza por Moises Naim (revolución micro sociológica del poder), permite el empoderamiento de los individuos por su característica de versatilidad frente a las grandes instituciones del siglo XX, los Estados Nacionales.

A ello, se agregan dos hitos fundamentales: la salida de Gran Bretaña del Brexit y la victoria de Trump en Estados Unidos. Este último fundamental para el mundo por venir.

Trump parece ser simplemente un hijo de la democracia americana. Realiza la incorporación de los WASP del centro-medio americano que venían siendo excluidos por la globalización. Es a ellos a quien dirige su retórica contra la inmigración ilegal, los mexicanos y los chinos, nacionalidades que los reemplazaron como mano de obra barata, alentados y beneficiados por la globalización. Frente a ellos ambas costas, este y oeste, Wall Street, financistas y dueños de los grandes medios, quienes no permitieron que el mundo sepa de la posibilidad de una victoria republicana.

La propuesta del gobierno de Obama basó sus principios siguiendo la propuesta de H. Kissinger: sólo la seguridad colectiva puede lograr la paz mundial, conducida por una organización cuyos socios sean estados democráticos. A diferencia de los republicanos y su visión del equilibrio de poder, los demócratas basan su política exterior en avances legitimados por la opinión pública mundial, buscando avanzar en las operaciones de manera conjunta evitando la unilateralidad tal como la guerra de Irak de 2003.

Si uno analiza los avances de Obama puede observarse el menor uso posible de la fuerza militar, el pedido de intervención de sus socios de la OTAN, la utilización de los acuerdos de comercio e inversiones como estrategias de cooptación, entre otros. Por el contrario, los republicanos, basados en la tradición de Theodore Roosevelt, repiten la tradición que bañó la historia de la Europa moderna desde los tiempos del cardenal Richelieu. Sólo es posible la paz en un mundo con equilibrio de poder que evite el uso de la fuerza de los Estados por su propio interés nacional.

Trump promete acercarse a este último punto, no sólo por ser republicano, sino también por sus dichos durante la campaña y luego de ser designado presidente. Pero aquí surge la pregunta de hasta dónde puede avanzar Trump con medidas que contradigan la estrategia norteamericana de inserción internacional que aplicó Obama.

Aquí deberíamos simplemente enumerar dos aspectos a considerar. Primero, Estados Unidos ya no es la única superpotencia, aunque a nivel militar sigue estando por encima del resto (supera a los siete siguiente países). Segundo, la forma en que dos de los Estados que lo desafían (China y Rusia) se conducen hace que tengan mucha mayor versatilidad, aunque pareciera difícil que estos países se unan más allá de objetivos coyunturales (como el acuerdo de Gazprom con el gobierno chino para reemplazar la demanda europea y abocarse al conflicto por dicha zona de influencia).

Respecto a la salida de Gran Bretaña del Brexit podemos afirmar dos cuestiones, una estructural y otra coyuntural, una que interpela la fase arquitectónica de la política y otra la agonal. Respecto de la primera, podemos afirmar que la globalización elige ganadores y perdedores que cruzan los mismos Estados, y el desafío de incorporarlos a la economía del conocimiento muestra que pocos países están a la altura. Gran Bretaña lo refleja claramente en sus números: las ciudades alejadas de la globalización votaron en contra de la continuidad en la UE.

Pero también se dio una cuestión coyuntural en la confianza que el premier Cameron tenía en la victoria del NO, similar a la apuesta por el mantenimiento de Escocia como Estado independiente. Si hubiera vencido, la consolidación de su liderazgo en la rama conservadora hubiera sido definitiva frente a sus rivales. No obstante, la derrota pone de manifiesto que los cálculos políticos no siempre son tan precisos y sentenció la tal vez definitiva desaparición de su figura política.

El mundo próximo está plagado de incertidumbres, posiblemente con una definición multipolar, pero con dos jugadores hegemónicos claros: Estados Unidos y China. El resto, Alemania, Francia, Gran Bretaña, India, Rusia, Japón y Brasil, deberán pelear cada uno por su porción de liderazgo regional que en todos los casos se encuentra cuestionado o difícilmente alcanzable, en especial para Brasil, India y Japón quienes tienen un hegemón mundial en la puerta de su casa.

2 visualizaciones0 comentarios
Novedades 1
bottom of page