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¿Quién decide si se pintan angelitos negros? Reflexiones sobre el racismo contemporáneo

Actualizado: 28 ago 2020

Por Juan Andrés Gascón Maldonado

Estudiante de Estudios Internacionales (Universidad Autónoma de Madrid)

Comité de Geopolítica y Relaciones Internacionales

Palabras clave: Racismo, elecciones, discurso político, conflictividad social, actualidad en Estados Unidos.



Todos los fenómenos sociales se ven atravesados por una diversidad de elementos teóricos que se traducen en una realidad cambiante y compleja. Las dinámicas de discriminación racial no son la excepción. Gracias al estudio de factores como los de conflictividad, discursividad y viabilidad podemos entender qué actores, en qué medios y cuáles objetivos están confluyendo y confrontándose en Estados Unidos ante una escalada de protestas sociales de diversa índole y escala en medio de un año electoral en pandemia.

 

A mediados de los años 40' Andres Eloy Blanco, poeta venezolano, escribe el famoso poema titulado “Píntame angelitos negros”. El poema versa:


“¿No hay un pintor que pintara angelitos de mi pueblo?

Yo quiero angelitos blancos con angelitos morenos.

Ángel de buena familia no basta para mi cielo.”


El poema, considerado una reflexión contra la discriminación racial, nos permite introducir tanto la lejanía temporal como la transversalidad del fenómeno del racismo y los esfuerzos por la inclusividad a lo largo de la historia. ¿Han visto algún Jesús con rasgos orientales y no con piel blanca caucasica? ¿Cuántas personas de diferente etnia han gobernado América Latina? ¿Guarda el mal utilizado término de la raza alguna relación con la violencia? Y, ante los hechos que han tenido lugar en Estados Unidos en el presente año, bajo el telón mediático e indignación relacionada al racismo, podríamos preguntarnos: ¿cómo podemos abordar las noticias que se han generado? ¿Qué luchas de poder están tomando lugar actualmente? El racismo es un fenómeno real, cuyo lugar en la historia es parte de un proceso relacional y estructural que otorga privilegios a unos frente al detrimento de los derechos o dignidad de otros.


Foto: Alisdare Hickson


Esta realidad ha sido parte de la historia de Estados Unidos por más tiempo del que pensamos, con formas de discriminación más allá de la fórmula “blancos y negros”; una constante transformación institucional y política para cumplir la primera garantía que arropa su declaración de Independencia:

“…que todos los Hombres son creados iguales, que su Creador los ha dotado de ciertos Derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad.”

Ese proceso dialéctico nos ha conducido al presente. El 25 de mayo de 2020, tras su detención por falsificación de billetes, Jorge Floyd, muere por daños ocasionados por abuso de fuerza de un agente de policía de la ciudad de Minneapolis. Pocos días después de haberse hecho viral el vídeo de su arresto, la ciudad y muchas comunidades del país estallaron en protesta. A finales de mes, protestas llegan ante la Casa Blanca lo que lleva al presidente Trump a adoptar nuevas medidas de seguridad. El 18 de junio se difunde la propuesta de cambiar el nombre de la ciudad de St. Louis por activistas musulmanes. A inicios de Julio, manifestantes derriban estatuas de Colón en Baltimore, Boston y otras localidades; y, ante las críticas generadas, patrocinadores solicitan un cambio de nombre al equipo de football americano Washington Redskins.


En el último mes, una especie de milicia antifascista marca en sus cascos la hoz y el martillo comunista (asociado al totalitarismo) y agrupaciones Alt-Right desfilan con banderas confederadas. No obstante, la trayectoria de estos hechos es difícil de entender a profundidad sin consultar la información disponible. Entre 2016-2017, según datos de la Reserva Federal, un hogar blanco posee alrededor de 10 veces más en patrimonio neto que una familia negra. Empero, según el Departamento de Justicia, el mismo año la tasa de homicidios sobre ciudadanos negros en Estados Unidos provocada por blancos apenas supera el 5%, mientras un 89,55% fue por otros ciudadanos negros, mayoritariamente hombres, cuya continuidad descarta la idea de que más negros mueren por blancos en las calles.


Esta realidad estadística, cuyos indicadores no nos dan una respuesta conjunta, se revuelve en medio de un período de crispación social donde diferentes movimientos sociales, instituciones e incluso agrupaciones radicales ya han tomado posición. Para responder nuestras interrogantes, debemos asumir primeramente una intención de objetividad. Aunque la razón también responde a pensamientos subjetivos, nuestro propósito debería ser: conocer la totalidad de los hechos y circunstancias, antes de posicionarnos por un “slogan” sin saber a dónde nos puede llevar. Puede parecernos un posicionamiento insensible ante la demanda de acción pero, para poder aportar a una causa que percibamos “justa” o “necesaria”, primero debemos contar con la mayor información disponible y asumir que “no todo lo que brilla es oro”.


Foto: AFB


El primer elemento por profundizar es el de conflictividad. Analizamos un escenario que confronta actores en posiciones y objetivos, de antemano, contrarias. Esto supone ordenar nuestra observación dentro del principio realista de lucha por el poder, o bien, la utilización medios para acumularlo. Esta lógica está arraigada a diferentes líneas de pensamiento sociopolítico, donde dos actores, burguesía y proletariado, o conservadores y liberales, o republicanos y autoritarios, pugnan por cumplir sus objetivos en un juego de suma cero. La consecución de estos objetivos para conseguir poder o usarlo, puede llegar a beneficiar a actores que usualmente no posicionaríamos en la misma facción.


En otras palabras, las facciones no siempre están compuestas por quienes pensamos, cuyos intereses pueden coincidir con otros actores comúnmente contrarios. Así como los Rockefeller ayudaron a financiar asociaciones civiles para agrupar movimientos sociales como con Martin Luther King, para beneficiarse de los subsidios, hoy por hoy, la fundación Ford, u Open Society fundada por el polémico millonario George Soros, contrario a la gestión de Trump, son parte de las élites empresariales que financian el movimiento Black Lives Matter. Esta información quizás no indica demasiado superficialmente, aun así, es una relación lo suficientemente inusual para que ser de atención. ¿Qué interés podrían tener élites capitalistas en movimientos de base? Preguntaría algún marxista y, ¿qué beneficio tendrían partidos institucionalistas en apoyar movimientos que terminen en la violencia física o el discurso revolucionario? Preguntaría un reformista.


Pese al éxito de diversos indicadores socioeconómicos, la irrupción de protestas apoyadas por actores con claro interés electoral es otro reto desafiante que esta afrontando la gestión Trump. Teniendo en cuenta la existencia de posiciones contrarias y las relaciones desiguales ya existentes entre las propias facciones, la interacción de actores aparentemente poco relacionados, pero con conveniencia política y electoral pasa a ser un factor de importancia para entender quiénes llevan las riendas de un conflicto.


Esto da paso al segundo elemento, la discursividad. Este factor, vital para comprender cualquier conflicto ideológico y material, encauza los códigos o los valores que se ven colisionados en cualquier debate. Es un elemento más relacional (modos de interacción) que sistemático (conducta normativa-institucional); es decir, está orientado a organizar un conjunto de ideas en discursos que pueden seguir o contradecir el pensamiento hegemónico o mayoritario, asimismo planteamientos alternativos entre sí.


La discursividad, aplicada a los capitales disponibles sería, en este caso, el ejercicio de poder o la toma del poder de enunciación que domina la esfera pública a través de los diferentes recursos o medios; por ejemplo, influencia en políticos, manejo de medios de comunicación, etcétera. El efecto de estas dinámicas de reproducción social, basada en la transmisión de ideas y consecución de objetivos con los recursos disponibles, puede llegar a ser tan influyente como para realizar protestas en medio de una pandemia, o fomentar la aparición de protestas violentas o destrucción de la propiedad si eso conlleva un beneficio electoral.


Para que estos hechos encajen con las ideas de quien tiene interés de convenirse de ellos, deben ser organizados en un discurso que disponga los puntos de partida y mantenga la autoridad epistémica. En otras palabras, es necesario un discurso que legitime y oriente la opinión pública, empero, no es un proceso sencillo y, precisamente, es un campo de conflictividad constante por la hegemonía cultural y mediática.


El tercer y último elemento es el de la viabilidad de los objetivos, muy estrechamente relacionado con la efectividad de los medios y la lógica detrás de las motivaciones. Dicho de forma concreta, asumimos una realidad de conflicto, y adoptamos diferentes discursos como instrumento de contienda y legitimación, relacionados con la factibilidad de los objetivos. Para reflexionar sobre este elemento podemos preguntarnos: ¿por qué ahora? ¿por qué Floyd? ¿por qué en un año electoral? ¿es un problema regional o global?


Podemos aclararlo consultando los hechos, antes y durante el conflicto, para observar cómo se han generado las circunstancias idóneas para que determinados actores usen diferentes medios para conseguir objetivos y otros les resistan o confronten. Esto abre una amplia gama de propósitos por lo que debemos ser muy observadores a la hora de definir las reglas de juego que atraviesan cualquier conflicto, pues algunos actores, pretendiendo solo el control de la política local pueden justificar la protesta violenta y, otros, aspirando un cambio electoral de mayor escala, pueden suponer como útil la generación de un ambiente exagerado de conflicto y desorden social que justifique un cambio político a favor de estos.


En conclusión, estas dinámicas de conflictividad y cambio social no desprestigian las intenciones de transformación positiva que puedan aspirar parte de los actores; por ejemplo: la resolución de los círculos viciosos que siguen obstaculizando a muchas personas el acceso a la educación, la sanidad o la seguridad. Igualmente, no podemos permitir que el “odio organizado” tenga puerta abierta, pues no todo discurso ornamentado justifica el uso de cualquier medio; recordemos, los conflictos inician cuando uno quiere, pero no terminan cuando uno decide.


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