Antonella Paniagua
El dominio e influencia global de Estados Unidos, principal exponente del capitalismo en su modelo neoliberal (o pos neoliberal) ha iniciado un camino de declive, mostrando signos de agotamiento que ha permitido el establecimiento y auge de Estados que se posicionan como fuerzas dispuestas a situarse como alternativa ante el repliegue que guía a la política exterior norteamericana en la actualidad. La configuración del mundo ha iniciado a acoplarse en bloques de influencia caracterizados por dos modelos heterogéneos, por un lado, un bloque liderado por Estados Unidos, cuya fuerza que le permite salvaguardar y expandir su poder se encuentra circunscripta en el asistencialismo recíproco con la OTAN; y, por otro lado, un nuevo espacio regional situado en Asía Pacífico con eje en China y las organizaciones regionales que nuclea a las economías cruciales de la zona.
En el marco de la pandemia de la COVID-19 para cada uno de estos bloques de poder ha sido mandatorio el mantenimiento de los lazos históricos que han conllevado a la provisión de poder, que, en el sistema internacional, es la moneda de cambio que permite el establecimiento de una estrategia de política exterior y no ser cuestionado o castigado por la misma.
Desde la asunción de Deng Xiaoping al poder en China, tras la muerte de Mao Zedong en el año 1978, se inicia un período de implementación de una serie de reformas de apertura (en marco de un capitalismo liberal) y se constituye los pilares que regirán en la nueva etapa de interacción de China con el mundo: “Un país, dos sistemas”. Gracias al “sueño chino”, que se entiende por “un programa de carácter profundamente nacionalista que reivindica la revitalización del poderío nacional para poner fin a los últimos siglos de decadencia provocados tanto por las guerras del Opio como por el aislamiento del Imperio del Centro”(Xulio Ríos, 2017;148), se observa que el futuro que ha configurado el “príncipe rojo”, término utilizado para hacer referencia a Xi Jinping, está basado en lograr el crecimiento del país y poder realzar el poder de la nación luego de años donde el gigante asiático ha permanecido “dormido” a los ojos de la comunidad internacional.
Es a partir de ello que el xíismo va a hacer el guía de esta nueva incursión para dar lugar a una nueva etapa de la República Popular, donde la flexibilidad del modelo político-económico híbrido (un punto medio entre la economía de mercado de corte liberal, y el comunismo chino), ha actuado como piedra angular para que OBOR, “Made in China 2025”, pudiera nacer, crecer y proyectarse en la comunidad internacional, convirtiéndose así, en la principal fuente de poder para la inserción en el mundo, y la mejor arma de choque para detener y retrotraer el avance del ideario liberal occidental, cuya bandera es flameada por Estados Unidos de América.
Bajo la nueva estrategia nacional, surge el BRI “Belt and Road Iniciative” como el plan u hoja de ruta que permitirá a China el incremento de su influencia global, promoviendo un nuevo patrón de globalización e integración económica regional. El desafío de los países periféricos se va constituir en marco de qué patrón de inserción internacional se debe diseñar para poder ser funcionales a los nuevos esquemas de integración y cooperación que delimitarán el accionar y alcance de la política exterior soberana de cada Estado-Nación.
Hu Biliang (2019)[1] sostiene que desde 2013, año de fundación del BRI, a 2019, en el ámbito del “Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional” se han establecido principalmente proyectos de infraestructura que han abarcado la construcción de seis corredores económicos y la edificación adicional de puertos, aeropuertos y líneas ferroviarias; y su vez, también se han generado nuevas zonas de cooperación económica y comercial intrarregional y extrarregional. El motor financiero de la iniciativa proviene de instituciones como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), Banco de Desarrollo de China (CDB) y el Fondo de la Ruta de la Seda (SRF), entre otros organismos que proceden de fondos soberanos, bancos estatales e instituciones financieras internacionales.
China y el Río Mekong:
La Comisión del Río Mekong (MCR) es una “... organización intergubernamental que trabaja directamente con los gobiernos de Camboya, la República Democrática Popular Lao, Tailandia y Viet Nam para gestionar conjuntamente los recursos hídricos compartidos y el desarrollo sostenible del río Mekong”[2]. Fundada en 1995 bajo el principio de integrar la cuenca y de la distribución equitativa del recurso entre los usuarios, su misión es "promover y coordinar la gestión sostenible y el desarrollo del agua y los recursos relacionados para el beneficio mutuo de los países y el bienestar de las personas"[3]. El Mekong, conocido como “Lancang” en China, es uno de los ríos más largos y caudalosos del mundo. Nace en la Cordillera del Himalaya, en territorio de jurisdicción tibetana controlado por China, y sus aguas transcurren por seis países: China, Myanmar, Laos, Tailandia, Camboya y Viet Nam. China se negó a convertirse en miembro de pleno derecho de la Comisión.
La razón que ha impulsado a la consolidación de la organización tiene su raíz en la progresiva degradación y pérdida del equilibrio ambiental de la cuenca; pero la constitución del bloque ha permitido la manifestación de una red compleja de interacciones entre diversos actores e intereses que se disputan la gestión del recurso acuífero y buscan la apropiación, en su totalidad, del mismo. Por consiguiente, la distribución del bien hídrico de la cuenca del Mekong, en la actualidad, representa un factor geopolítico que permitió la cristalización de tensiones entre los países que se ven atravesadas por el curso del río.
Por consiguiente, se ha instaurado una disputa basada en la “Hidro-hegemonía: “el éxito de una cuenca ribereña en sedimentar un discurso particular, que preserva sus intereses, impide los cambios en el statu quo y adopta sus mecanismos preferidos de gestión del agua transfronteriza” (Warner, 2017, p.2); cuyo poder se sustenta por la obtención de poder político y económico sobre la cuenca que permitirá poder guiar (o dominar) a otros Estados ribereños inferiores de acuerdo con los propios intereses. China, en consonancia con su política exterior en la región, ha mostrado interés por el control de las fuentes de agua. La “hidro-conducta” se puede constituir como una amenaza geopolítica contingente, que enfrente al país con sus vecinos ribereños y, a su vez, bajo el mecanismo de equilibrio de poder, se incentive el ingreso de fuerzas internacionales que disputen el poder chino (Mgquba y Majozi, 2020).
El leitmotiv de la incursión china sobre el Río Mekong se justifica en eludir el “estrés hídrico” (Wolf, 2007, p.242). Las demandas de agua dulce están en constante crecimiento y se ha manifestado la tendencia a escasez del recurso gracias al exceso de extracción, contaminación y el calentamiento global. Con el fin de acumular recursos hídricos que se encuentran en crisis y, a su vez, como consecuencia del mismo, se pueden ver afectados la agricultura, la pesca y la producción de alimentos, China ha iniciado una política para acumular uno de los elementos del poder nacional que menciona Morgenthau en “Políticas entre las Naciones” (1986), los “recursos naturales”.
Luego de ocupar por la fuerza la meseta tibetana y Xinjiang (donde los ríos Irtysh e Illy tienen sus orígenes), China inició la edificación de represas a lo largo del Río Mekong. Un ejemplo claro es Laos, que, gracias al apoyo fundamental de China, está en camino en convertirse en la “batería de Asia” debido al creciente financiamiento chino en plantas hidroeléctricas, como también ha sucedido en Camboya y la construcción del Lower Sesan 2. Es importante recalcar la dependencia que la ayuda financiera genera a estos países, precisamente porque aquellos se encuentran entre los países que acumulan mayor deuda con China.
En la actualidad se ha desarrollado la siguiente hipótesis: “El que tiene el Tíbet domina el piedemonte del Himalaya; el que domina el piedemonte del Himalaya amenaza al subcontinente indio; y el que amenaza al subcontinente indio puede tener todo el sudeste asiático a su alcance y toda Asia” (Sinha 2012, p. 48). Estamos presentes ante una relación de subordinación entre los gozan de mayor potencial hidroeléctrico y los que dependen de que el agua siga su curso. A través de este mecanismo de relación asimétrica es que China tiene bajo su control la seguridad hídrica de cincos países del Sudeste Asiático.
Menos de la cuarta parte del Río Mekong se encuentra en China, pero el país retira el 26% de sus aguas anualmente (Sinha, 2012). Al día de hoy, el gigante asiático tiene bajo su posesión 90.000 represas y participa de la financiación y construcción de aproximadamente 350 proyectos hidrológicos a escala mundial (Urban, Siciliano y Nordensvard, 2018). El liderazgo chino ve el agua como una fuente estratégica, fundamental en la búsqueda de su estabilidad económica y, por lo tanto, política (Svensso, 2012).
La Hidro-Hegemonía china presente en América Latina:
En concordancia con las palabras de Siciliano (2017), la presencia china en la construcción de infraestructura en América Latina es gracias a la intervención de dos tipos de factores: por una parte, factores de empuje (push factors), por parte del gobierno chino y las empresas hidroeléctricas del país anfitrión y, por otro lado, factores de atracción (pull factors) por parte del gobierno de los países donde se implementarán los proyectos. La política comercial de China en Latinoamérica se encuentra demarcada en el énfasis de establecerse como líder en las inversiones en infraestructura y coronarse como el principal socio comercial al interior de la región.
De acuerdo con International Rivers, la mayoría de los contratos con empresas chinas son de tipo “engineering-procurement-construction” (EPC). Según ese tipo de acuerdos, la empresa solo es responsable de la construcción de la obra, por lo que es el país de origen quien se hace cargo de los estudios preliminares de evaluación ambiental, de las garantías legales y técnicas, del desplazamiento y reasentamiento de la población local y, finalmente, de la puesta en marcha de la obra.
Latinoamérica se ha posicionado como destino de inversiones de China, y, como consecuencia ingresa dentro del rango de interés del gigante asiático. En Argentina, en agosto del año 2013, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner le adjudicó la construcción de las represas Néstor Kirchner-Jorge Copernic (antes Cóndor Cliff-La Barrancosa) sobre el río de Santa Cruz a un consorcio conformado por la empresa china Gezhouba, Electroingenería e Hidrocuyo. En julio de 2014, se firmó el contrato de financiamiento con los bancos chinos: China Development Bank Corporation (CDB), Industrial and Commercial Bank of China (ICBC) y Bank of China Limited (BOC) se comprometieron entonces a aportar $4714 millones de dólares para financiar la obra. En la actualidad, China pretende empezar a recobrar $1500 millones de dólares al gobierno de Alberto Fernández, pero él no está en condiciones de devolver esos fondos y como consecuencia, las entidades asiáticas que están a cargo del financiamiento suspendieron las líneas de créditos del proyecto.
La presencia de capital chino en las megaobras hidroeléctricas en América Latina se pueden evidenciar en Colombia: donde ha financiado parcialmente la construcción de la hidroeléctrica Ituango, en la región de Antioquia. En Perú, Sinohydro participa del proyecto de la “Hidrovía Amazónica” (fuertemente cuestionado por las comunidades indígenas) y de la central hidroeléctrica San Gabán III situada en la ciudad de Puno. En México se firmó en el año 2018, el Acuerdo de Cooperación Conjunta México-China sobre Energía Hidroeléctrica. En Brasil, se encuentra la presencia de China State Grid y China Three Gorges Corporation (CTGC), en los proyectos de São Luiz do Tapajós y las represas Teles Pires y São Manoel, asociadas a la hidrovía Teles Pires-Juruena-Tapajós.
Frente a la crisis de valores que ha acarreado Estados Unidos en los últimos años donde se cuestiona el modelo de “democracia liberal” y el “capitalismo” que pregona, China ha cooptado a aquellos Estados-Nación que poseen mayor vulnerabilidad y sensibilidad de los balanceos de crisis identitaria americana en marco de su política exterior ambivalente con América Latina. Los países de la región se encuentran en una dicotomía decisional que implica virar sus decisiones y diversificar la cartera de inversiones hacia el Sudeste Asiático, o, por el contrario, mantener y preponderar los lazos históricos con el socio comercial del norte.
Tokatlian (2021) establece un modelo de política exterior denominada “Diplomacia de la Equidistancia”, una estrategia que nos interpela a repensar la necesidad de evitar tanto el alineamiento incondicional como la confrontación directa, sino establecer la misma distancia entre los dos bloques que disputan al día de hoy el poder en el sistema internacional. Los países de Latinoamérica se encuentran en la encrucijada de establecer una política exterior que permita moverse entre las nuevas rutas y canales de cooperación e integración que han delimitado tanto China como Estados Unidos.
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[1] Hu, B. 2019. The Belt and Road construction and the transformation of globalization. Guangming Daily, p. 8. [2] Mekong River Commission. 2021."Visions and Mission". Recuperado de: https://www.mrcmekong.org/about/mrc/vision-and-mission/ [3] Ibidem.