Por Emilio Rescigno*
“…¡Usted está fuera de lugar, todo este juicio está fuera de lugar!…”
Arthut Kirkland en “And justice for all”
Los múltiples escándalos que está viviendo la región en torno a la corrupción estructural en el Estado mantienen la indignación a la orden del día. Sin embargo, son escasas las voces que plantean alguna modificación en la institucionalidad de estos mismos países.
En América Latina basta con cualquier muestra para entender que los personalismos marcan el tiempo de la política. Y resulta increíble que aún en estas circunstancias, nadie esté poniendo el ojo en los esquemas institucionales que promueven una alta discrecionalidad en la aplicación de los recursos estatales.
Creer que un esquema institucional con un altísimo nivel de discrecionalidad puede resultar en la aplicación de políticas más o menos republicanas sin caer en la tentación del “vayamos por todo”, es creer que existe la posibilidad del “buen tirano”. Perú, Colombia, Ecuador, Brasil, Argentina, Uruguay, (Venezuela), Chile, Bolivia, Paraguay y tantos otros países de nuestro querido continente son una muestra cabal de que aún no hemos dado con esos héroes que, teniendo una alta discrecionalidad en el manejo de recursos, logren pensar en otra cosa que en ese difuso “bien común” que tampoco es posible de consensuar, por definición, en ninguna sociedad.
Estamos ante un momento histórico en donde muchos esquemas institucionales están siendo puestos a prueba. Basta con mirar el titubeo, el escepticismo, la temerosidad con el cual se afirmaba en Washington “nuestras instituciones funcionan” allá por noviembre de 2016, cuando un sorpresivo Trump rompía con todos los análisis políticos que regaron páginas y páginas de tinta negando cualquier posibilidad de éxito. Y no importaba, porque el diseño institucional americano (estadounidense) era muy superior a los caprichos de cualquier presidente que pudiera ocupar el salón oval. Pero fue encontrando grietas, fue consolidando actos que fueron desde el desprestigio, la xenofobia, la bravuconada y la banalización de acciones militares en zonas en las que los equilibrios son demasiado complejos. Incluso todo esto con el despojo que sólo un tweet puede lograr. Sospechas de flitraciones, complots por parte del staff en consonancia con intereses de superpotencias antagónicas, todo al calor de las instituciones más sólidas de este continente.
El mundo ha cambiado en múltiples aspectos. Las tecnologías abren una puerta que hoy por hoy la clase política no sabe o no puede entender. Andrés Malamud en una reciente nota decía que, si bien no es la primera vez que un ex presidente brasilero va a la cárcel, el problema reside actualmente en que su actual primer mandatario lo siga siendo y no esté tras las rejas. Tal vez los tiempos que corren desnuden que es imposible contar con esos hiper-presidencialismos acompañados de diseños institucionales vetustos, resquebrajados, que sirvieron para otra época y otra ocasión. Todos aquellos que pasan por el poder son feos, sucios y malos evidentemente. Pero hoy por hoy, y frente a semejante crisis, nadie está insinuando rediscutir qué tipo de incentivos, frenos y contrapesos vamos a necesitar en una región que sigue apostando al caudillo, al ganador que se lleve todo pero que deje algo, al presidente más o menos respetable, sin poner en duda si acaso esos respetables dirigentes tienen los instrumentos adecuados para generar las reformas que la región exige.