Por Bárbara Ojeda
Cuando se piensa qué tan inclusivas son nuestras ciudades actuales se suele dejar de lado las barreras físicas y culturales para las personas con discapacidad. La planificación y el diseño urbano influyen fuertemente en la forma en que se integran sus ciudadanos al ambiente y a la sociedad. Por eso, el derecho a la ciudad debe contemplar el acceso a una urbe para las personas con discapacidades, generando medidas de acción positiva, que permitan superar las barreras físicas.

Frente al modelo médico de la discapacidad, que entiende al individuo como poseedor de un problema que necesita ser tratado o curado, surge el modelo social enfocado en el desajuste entre las personas y el entorno (Robert, Lijesthrom y Fuentes, 2015). Desde esta perspectiva se comprende que es el entorno el que impone barreras al sujeto impidiendo su plena participación y desarrollo, ya que el diseño es inadecuado para cumplimentar con la accesibilidad propuesta por la ley Ley N. 24.314. Así, la diversidad funcional que pueda tener una persona forma parte de la diversidad humana. Entonces, ser una persona con discapacidad se encuentra en estrecha relación con las restricciones impuestas por una sociedad y un entorno determinado (Cuesta y Meléndez-Labrado, 2019).
Desde este modelo, podemos pensar en la ciudad como un espacio que plantea opresión y exclusión; y que no incluye a la diversidad de cuerpos y el cumplimiento de sus necesidades y derechos. Como mencionan Robert, Lijesthrom y Fuentes (2015), las ciudades actuales, al estar configuradas como excluyentes, suponen un factor discapacitante que limita la libertad. En ella se encuentran una serie de elementos y dispositivos urbanos que hacen a la infraestructura del espacio público y generan limitaciones con diferentes tipos de intensidad.
No es un dato menor que según el Censo del 2010 haya un 12,9% de personas “con dificultades permanentes”, lo que equivale a más de 5 millones de personas en todo el país. A su vez, para la Región Metropolitana de Buenos Aires el porcentaje es del 12,4%, del cual el 80% de ese total tiene dificultades sensoriales (visuales-auditivas) y casi la mitad manifiesta dificultades motoras.
En el caso de la RMBA los espacios de fácil acceso para las personas con discapacidad se encuentran en los lugares emblemáticos de sectores sociales con mayores ingresos, como los centros comerciales y los recorridos de las líneas de colectivos de CABA, que son aquellos que han incluido una mayor cantidad de vehículos accesibles (Robert, Lijesthrom y Fuentes, 2015). Además, cabe destacar que algunos museos, como el Museo de Arte Moderno de la Ciudad y el Museo de la Ciudad, cuentan con espacios para poder circular en sillas de ruedas, baños adaptados, rampas de acceso y ascensores, y servicios de guías programados, aunque no tienen señalización con caracteres en braille. Asimismo, el Teatro Colón cuenta con aros magnéticos y asistencia en lengua de señas que posibilitan la accesibilidad auditiva, circuitos accesibles y sanitarios adaptados para personas con capacidad motora reducida, y áreas de descanso. Por otro lado, algunas de las calles centrales del centro porteño, como la calle Florida y Avenida Corrientes, poseen circuitos accesibles, acceso a rampas y/o plataformas de elevación, y áreas de descanso.
Sin embargo, en los barrios más carenciados de la Ciudad de Buenos Aires existe una ausencia de políticas destinadas a paliar la problemática de la accesibilidad para personas con discapacidad. La falta de pavimentación de las calles y la inexistencia de espacios abiertos perjudican la accesibilidad. Los territorios pobres multiplican las barreras y los obstáculos para la integración. Así, en las periferias urbanas la capacidad de elección, por ejemplo, entre distintos medios de transporte es inexistente, lo cual implica una mayor dificultad a la hora de acceder a centros educativos, sanitarios, instalaciones administrativas, etc.
En este sentido, al momento de pensar en la planificación urbana de una ciudad se debe pensar en un diseño universal. Según la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (2008) de la ONU, el diseño universal refiere al diseño de productos, entornos, programas y servicios que puedan utilizar todas las personas, en la mayor medida posible, sin necesidad de adaptación ni diseño especializado (pp. 5). Para ello, las distintas jurisdicciones municipales, provinciales y el Estado Nacional deben establecer planes con metas físicas y presupuestarias en materia de diseño urbanístico para que se pueda llevar a cabo un desarrollo urbano incluyente. Además, si se quiere lograr una ciudad más equitativa para las personas con discapacidad, esto debe venir acompañado de programas de concientización que promuevan el compromiso colectivo en pos de reducir la discriminación y la desigualdad de oportunidades que sufren las personas con discapacidad.
Bibliografía:
Cuesta, O., y Meléndez-Labrador, S. (2019). Discapacidad, ciudad e inclusión cultural: consideraciones desde la comunicación urbana. EURE (Santiago), 45(135), (pp. 273-282). Recuperado de: https://dx.doi.org/10.4067/S0250-71612019000200273
INDEC. (2010). Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010 [base de datos]. Buenos Aires: INDEC. Recuperado de: http://www.indec.gob.ar.
ONU. (2008). Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. New York: ONU. Recuperado de: https://www.un.org/esa/socdev/enable/documents/tccconvs.pdf
Robert, F., Liljesthröm, M., y Fuentes, A. (2015). Ciudad, discapacidad y pobreza. La necesidad de considerar y priorizar a los grupos de mayor vulnerabilidad en la efectivización del derecho a la ciudad. En Derechos Humanos en Argentina. Informe 2015 (pp. 603-632). Buenos Aires: CELS. Recuperado de: https://www.cels.org.ar/web/wp-content/uploads/2016/10/IA2015-15-Ciudad-discapacidad-y-pobreza-1.pdf
Edición Lucía Chico