
En el año 2011, gracias a elecciones celebradas el año anterior, Myanmar comenzó el proceso de transición democrática, y con ella se vio acarreada la esperanza y la tranquilidad en la población. Sin embargo, el primero de febrero de 2021, los militares birmanos le arrebataron el poder al partido dirigente (Liga Nacional para la Democracia), deteniendo a sus funcionarios y acusándolos de haber celebrado elecciones fraudulentas el pasado ocho de noviembre; generando así una alerta y una desilusión en el pueblo birmano.
Frente a esta situación, hay tres puntos claves por analizar. Por un lado, la democracia –en transición- de Myanmar se ve afectada por dicho golpe, y se teme que se vuelva a repetir la historia del pasado. Por otro lado, se encuentra Estados Unidos el cual ha hecho pública su disconformidad con la toma de poder por parte de los militares. Y, por último, el país asiático quien parece tener una posición neutral frente a la crisis birmana.
En términos propios de la academia, se puede considerar la transición democrática de Myanmar como un proceso de liberalización donde, a través del mismo, se intenta definir y ampliar los derechos de la población.
Tras la irrupción militar ocurrida el pasado primero de febrero, dicho proceso de democratización se vio interrumpido, y esos derechos se vieron socavados con la represión y detención llevada a cabo por las fuerzas armadas del país. En consonancia, en democracia es vital que se garanticen los derechos a la libertad, pero, bajo el dominio de las fuerzas armadas, estos son arrebatados, y la democracia parecería seguir el mismo destino.

Fuente: Associated Press
El motivo de la toma de poder se debe a que la oposición considera que las últimas elecciones legislativas fueron fraudulentas, sin embargo, no hay evidencia suficiente para afirmar esa acusación. Frente a este escenario, el pueblo de Myanmar les exige a los militares abandonar el poder y permitir el pleno desarrollo de la democracia en su país.
Ante la crisis que atraviesa Myanmar, las posturas tomadas por dos grandes potencias como lo son China y Estados Unidos son de vital importancia ya que ambos comparten intereses geoestratégicos en la región. Por un lado, el principal objetivo estadounidense se basa en unir las democracias asiáticas y evitar el ascenso chino el cual consta de una lucha de poder entre este último y los Estados Unidos, y cuyos resultados serán plasmados en el sistema internacional y percibido por todo el globo. Mientras que por el otro, China busca tener bajo su dominio a la región y evitar que Estados Unidos siga forjando alianzas con países orientales. Es por ello que, luego del golpe, ambos países han decidido rápidamente sus posturas frente a la crisis dejando en evidencia el antagonismo existente entre ambos.
El gobierno de los Estados Unidos, por su parte, ha hecho público su repudio frente al accionar de los militares y vela por la restauración de la democracia en el país. A su vez, el Presidente Joe Biden, mediante la Secretaria de Estado, ha anunciado sanciones al acceso de activos, así como también a las empresas que estén dirigidas por la junta militar, afectando así, a la economía de dichas empresas.
A diferencia de múltiples países (Estados Unidos, Canadá, Francia, Argentina, Dinamarca, Noruega, Bolivia, Singapur, Japón, Australia e India) que expresaron su repudio ante el golpe en Myanmar, China prefirió no tomar una postura pública, manteniendo una posición neutral, lo que conllevó a que se saquen diferentes conjeturas sobre su posible decisión o preferencia.
A nivel internacional, se puede observar el rechazo y la condena hacia los acontecimientos en Myanmar, y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha buscado sancionar al país de manera conjunta, pero, al someterse a votación, Rusia y China (miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU) votaron en contra, esterilizando posibles medidas de la ONU. Ante la abstención de Beijing frente al golpe, los birmanos pro democracia comenzaron a ver a China como una amenaza y a estatuir sentimientos en contra del gigante asiático.

Fuente: AFP
La situación de Myanmar es crítica, el país se encuentra atravesando una profunda crisis política y social, y el sistema internacional, debido a las controversias existentes, no ha podido apaciguar la violencia persistente en la nación. El escenario de Myanmar se encuentra determinado por dos superpotencias con posiciones completamente opuestas, un autoritarismo en ascenso y una democracia en declive. Si bien el fenómeno está en pleno proceso y no se saben cuáles serán los resultados, lo que es evidente es que el pueblo birmano tendrá que hacer lo posible para recuperar la democracia, y junto con ella sus derechos y libertades.
Por consiguiente, se deja en evidencia como Estados Unidos y China poseen intereses geopolíticos en Myanmar. Al país norteamericano le es conveniente que Myanmar continúe por la vía de la transición de la democracia y poder así forjar lazos comerciales con el país asiático, y a su vez, ganar un aliado más en la región oriental. China, por su parte, es el primer socio comercial de Myanmar y sus intereses se basan en la estabilidad comercial, así como en evitar el avance norteamericano en la región.
Frente a este escenario, una posible solución para apaciguar el conflicto y restaurar la democracia en Myanmar, es el multilateralismo, es decir, que los Estados miembros de la ONU, -principalmente los miembros permanentes del Consejo de Seguridad- puedan llegar a un acuerdo común y velar juntos por el mismo fin. A su vez, y recurriendo a lo expuesto por Juan Linz, ningún régimen puede subsistir sin la legitimidad de su pueblo, y las fuerzas birmanas no cuentan con la legitimidad de la población, por lo que se podría estimar que los militares no estarán en el poder por tiempo prolongado.
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